Cada 21 de diciembre surge el fenómeno de traspaso de estación en el hemisferio sur entre la primavera y el verano.
El término solsticio proviene del latín sol y sistere «permanecer quieto», y ocurre durante el verano de cada hemisferio, cuando el semieje de un planeta, ya sea en el hemisferio norte o en el sur, está más inclinado hacia la estrella de su órbita.
La máxima inclinación del eje de la Tierra hacia el sol es de 23°27′.
Esto ocurre dos veces al año: dos momentos en los que el Sol alcanza su posición más alta en el cielo, como se ve desde el polo norte o sur.
Históricamente, desde los tiempos remotos, la humanidad y sus diferentes civilizaciones (vikingos, chinos, celtas, romanos, indoeuropeos, etcétera) tuvieron en el solsticio de verano uno de sus acontecimientos más relevantes.
Esta temporada estaba vinculada a ritos de cosecha, abundancia y fertilidad. Por su parte, el sol era un símbolo de renacimiento, nuevos ciclos y esperanza.
Se trata además de un momento muy importante para los pueblos indígenas, que marca el cambio de un tiempo a otro en el ciclo de la vida.
Así como el 21 de junio, en el solsticio de invierno, se celebra el regreso del sol con el Inty Raymi y el inicio del ciclo de siembra, el 21 de diciembre marca el momento en el que el sol está en su máximo esplendor.
Es un tiempo de adoración, agradecimiento y celebración de la vida que nace.
“El Kapak Raymi o Fiesta mayor del sol marca el solsticio de verano, fecha donde la vida empieza a germinar, y celebramos la nueva vida que nace, fortaleciendo su crecimiento con el aporque en los sembrados”, explican los miembros de la comunidad Wilkipujio.